Los etnólogos creen que los Navajos fueron influenciados por los primeros tejedores de mantas de las tribus Pueblo, debido a las obvias similitudes entre las técnicas y diseños de los productos tejidos por las dos tribus. Para ambos pueblos los objetos tejidos tuvieron un uso práctico y funcional; las mantas podrían utilizarse para llevarlas puestas, para sentarse sobre ellas o colgarlas sobre la entrada de las viviendas. Tanto para los pueblos Navajo como para los Zuni, tejer era un acto de fe en sí mismo. Una forma tranquila de conectar con el pasado.
Una vez obtenida la técnica de los Pueblo, los navajos establecieron su propio estilo con rapidez. En la tradición Pueblo eran los hombres los que se generalmente se dedicaban al tejido, entre los Navajos esta tarea era frecuentemente asumida por mujeres.
Un hombre Pueblo tejería desde abajo, y continuaría tejiendo tras invertir la pieza; una mujer Navajo tejería en línea recta y uniría las secciones verticales a lo largo de una diagonal característica llamada “línea perezosa”.
Los tejedores navajos añadieron al diseño el «rastro del espíritu» o «sendero del tejedor», una línea que discurre por el borde de la pieza que permitía escapar al espíritu del tejedor para que pudiera pasar a otro.
Una venta rápida
Un estudio realizado en 1973 por el Departamento de Estudios navajos de la Universidad Dine Community College en Many Farms, Arizona, determinó el tiempo implicado en la creación de una alfombra o una manta Navajo, desde la esquila de la oveja hasta su comercialización.
El total fue de 345 horas. De estas 345 horas, 45 se emplearon en esquilar las ovejas y procesar la lana, 24 para su hilado, 60 para preparar el colorante y teñir la lana, 215 para tejer el artículo, y una hora para venderlo a los turistas.


